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¿Sin prisa, en Nueva York?

Vivimos en una de las ciudades más ajetreadas del mundo. El ritmo de la vida nos lleva a toda máquina. La inmediatez es la orden del día. La información vuela, hay que correr al subway para no atrasarnos, tenemos que salir más temprano por si el subway se atrasa. No podemos llegar tarde. Ya es tarde. Corre. Avanza. Come, que nos tenemos que ir. Vístete, que nos tenemos que ir. Avanza, vámonos.

La vida adulta en Nueva York suena mucho a esto. Pero, ¿hemos caído en cuenta de que le estamos imponiendo ese mismo ritmo al desarrollo de nuestros infantes? Por ejemplo: ¿puedes dejar que tu hijo decida con qué jugar sin intervenir? ¿Le das el espacio para que explore? ¿Somos conscientes de que el desarrollo va sin prisa?

Los ritmos naturales de los niños —especialmente los bebés e infantes de 0 a 2 años— entran en conflicto con la vida adulta. Los adultos estamos enfocados en producir y ver resultados; los ritmos infantiles se concentran en los procesos y en la exploración. El ritmo infantil va más lento; se enfoca en el proceso de conocer su cuerpo, sus límites, sus movimientos. Está interesado en explorar, en descubrir el mundo. Está en un constante reconocimiento de qué lo rodea y cómo lo rodea.

El ritmo adulto interrumpe cualquier movimiento o actividad con frecuencia; el ritmo infantil no. El ritmo infantil da continuidad y repite sus prácticas porque está concentrado en conocerse a sí mismo, a todo lo que lo rodea, y en permitir que su cuerpo esté listo para seguir creciendo.

El ritmo adulto está obsesionado con la urgencia de enseñar. No son pocas las veces que he escuchado a familiares preocupados porque su niño o niña no se sabe las vocales, cuando apenas tiene dos años. Pero al mismo tiempo que el ritmo adulto tiene esta obsesión por enseñarle a los infantes, ese mismo ritmo de inmediatez los lleva a alimentarlos con pantallas electrónicas, sobreestimulando su propio ritmo.

Sencillo: el tiempo de nuestros niños y niñas no es el tiempo de los adultos. Las buenas prácticas de cuidado que protegen el desarrollo infantil le apuestan a una crianza sin prisas.

Observemos antes de intervenir. Criar sin prisa ayuda a un desarrollo en el que los infantes se sientan más seguros y autónomos; en el que los adultos tengamos vínculos más empáticos y experimentemos menos frustraciones en la crianza cotidiana.

Criar sin prisa. Sí, en Nueva York. En cualquier lugar.